En 2015 la Guerra Civil Siria parecía encaminada hacia los objetivos rebeldes -y estadounidenses-, las tropas del Assad desertaban a montones y el Gobierno perdía cada vez más territorio. Fue entonces cuando Rusia apareció en escena, cambiando el curso del conflicto a base de bombardeos. Ahora son los rebeldes los que se baten en retirada y pierden un enclave tras otro. Pero ¿cuáles fueron las razones que empujaron a Vladimir Putin a desplegar sus tropas por fuera del territorio de la ex Unión Soviética por primera vez desde la Guerra Fría? ¿Se cumplieron sus objetivos?
La intervención
Primero es importante aclarar la naturaleza de la participación rusa en el conflicto. Consistió principalmente de bombardeos terrestres por parte de su fuerza aérea y por su armada, desplegada en el Mar Caspio. Los blancos fueron coordinados con las Fuerzas Armadas de Siria y las tropas aliadas, como Hezbolá o las divisiones iraníes. Las bombas rusas cayeron mayormente sobre activos de la coalición Nacional Siria -que agrupa fuerzas apoyadas por Estados Unidos-, Al Nusra y el Estado Islámico.
Quizás lo más sorprendente fue la brevedad, ya que apenas poco más de seis meses desde que cayera la primer bomba rusa, Putin anunció la retirada de sus fuerzas de suelo Sirio. Por supuesto esto excluía al personal militar de las bases militares de Tartús y Latakia desde las que siguen volando los bombarderos, además de algún que otro regimiento de "asesores". Bien a la vieja usanza de la Guerra Fría.
Los objetivos rusos
En el marco internacional nadie da puntada sin hilo y, por supuesto, Putin no es la excepción. Con años al frente del Kremlin, el carismático líder ruso sabe muy bien como negociar en el contexto internacional, a la vez que mantener domesticada su propia casa. Por ello los objetivos rusos en Siria fueron claros desde un principio, y abarcan una serie de temas que van desde intereses económicos a proyecciones militares y que tienen más que ver con el resto del mundo que con el propio territorio sirio.
Rusia como potencia:
Un observador neutral podría pensar que en la intervención rusa hay más marketing que otra cosa, y no estaría muy lejos de la realidad. Lo cierto es que más allá de los objetivos geopolíticos inmediatos, el gobierno de Putin busca posicionar al gigante euroasiático como una potencia mundial, capaz de hacer frente a los Estados Unidos.
En su primer participación fuera de la esfera de la antigua Unión Soviética desde la Guerra Fría, las fuerzas militares rusas quieren demostrar que sus capacidades siguen intactas. Por supuesto que esto no es así, y el poderío militar soviético, aunque impresionante, está muy por debajo aquel logrado por la URRS.
Todo lo cual es funcional al crecimiento de la industria militar rusa en los últimos años y sus intereses en materia de exportación, y al plan de ofrecer a Rusia como potencial aliado para aquellos países que figuren en la lista negra de la OTAN y los Estados Unidos.
A pesar de la evidente cuota de ficción en este cometido, y la insalvable diferencia en términos económicos y militares con su contraparte estadounidense, pareciera que el Kremlin ha logrado cierta cuota de éxito. En efecto las exportaciones de material militar ruso se incrementaron exponencialmente a países de todo el mundo como Venezuela, Perú e Irán. Además el éxito rotundo en el campo de batalla y la eficacia de los bombardeos -en términos militares- ayudaron a mejorar la imagen de las fuerzas armadas rusas en el plano internacional.
El eterno problema ruso:
Cualquiera que estudie la geopolítica de Rusia sabe que el país sufre de dos limitaciones importantes que han moldeado toda su historia: la carencia de salidas a los principales océanos del mundo que no estén condicionadas por terceros o por el avance y retroceso de los hielos árticos y la ausencia de accidentes geográficos en sus fronteras (principalmente hacia el oeste) que supongan una defensa natural frente a un posible ejército invasor.
No vamos a entrar hoy en un análisis histórico sobre cómo estos dos problemas geográficos influyeron en su historia, pero vale decir que desde las épocas del primer Zar, Rusia ha intentado crear una buffer zone -espacio de contención- hacia el este y el oeste y ha buscado puertos desde donde acceder a las rutas comerciales del mundo.
En cuanto a lo segundo, una de las soluciones parciales -en ningún modo suficiente- fue alquilar parte del territorio sirio para la creación de una base naval en Tartús, sobre la costa del Mar Mediterráneo. Por ello, ante la amenaza de una nueva Siria gobernada fuerzas afines a los intereses estadounidenses y hostiles a Moscú, el Kremlin accionó su engranaje militar en pos de proteger los intereses históricos de su nación.
La palanca siria:
El tercer gran objetivo, y quizás el más importante, tiene mucho que ver con lo explicado anteriormente y, de hecho, nos lleva a Europa del Este.
En el marco del conflicto civil que impera en Ucrania y que divide a su pueblo entre pro-rusos y pro-occidente, el Kremlin ha tomado la Península de Crimea bajo su poder. Mientras los grandes medios discuten sobre la legitimidad de la medida, los analistas internacionales están de acuerdo, al menos, en que la anexión de Crimea es consistente con los intereses geopolíticos de Moscú de los últimos siglos.
Porque tras la caída de la Unión Soviética y el desmantelamiento del bloque del este, la integridad territorial rusa se vio vulnerada. Al menos así lo imaginan los estrategas del Kremlin. Ese buffer zone que llevó años de guerra construir y que garantizaba una defensa efectiva frente a las potencias del oeste, estaba cada vez más cerca de la OTAN. Tras la afiliación de varios países de la antigua esfera soviética a la Unión Europea y el intento de Georgia de unirse a la OTAN, Rusia simplemente no podía permitirse una Ucrania favorable a los Estados Unidos y sus Aliados.
Y, como si esto fuera poco, existe en Crimea una de las bases navales más grandes de la Armada Rusa, que le garantiza el acceso -al menos parcial- al Mar Mediterráneo y al mundo: el enclave de Sebastopol.
¿Qué tiene que ver todo esto con la guerra que azota Siria hace ya seis años? Para los líderes del mundo, el mapa puede asemejarse a veces a un tablero de ajedrez, y cada movimiento se calcula pensando en una estrategia global. Siria, o para el caso el gobierno de Assad, revisten poca importancia estratégica para Moscú, sin embargo son esenciales para la estrategia estadounidense en Medio Oriente. Putin lo sabe, y ha decidido aprovecharlo.
Por ello, además de empujar a Estados Unidos a un conflicto de desgaste que afecte su imagen internacional, lo que Rusia busca en Siria es poder de negociación en otro frente, aquel que sí es vital para sus intereses nacionales, Ucrania.
Y es que aunque haya logrado la anexión de la Península de Crimea, Estados Unidos y sus aliados impusieron a Moscú una serie de sanciones económicas que están paralizando su economía y que afectan principalmente a los sectores de energía y defensa.
Putin esperaba convencer a Washington de retirar las sanciones y de frenar la integración ucraniana a occidente, a la vez que dejar pasar aquel asunto de la anexión de Crimea. Lo que el presidente ruso ofreció a cambio no es del todo claro, aunque seguro que no le iba a gustar a Al Assad.
El entonces presidente Obama no solo se negó rotundamente a tal acuerdo sino que Trump, el actual líder de los Estados Unidos, a pesar de sus mejores intenciones, no solo no pudo evitar que el Congreso de los Estados Unidos incremente las sanciones a Rusia, sino que además perdió la capacidad para cancelarlas sin recurrir a ambas cámaras, donde su partido no tiene mayoría.
El entonces presidente Obama no solo se negó rotundamente a tal acuerdo sino que Trump, el actual líder de los Estados Unidos, a pesar de sus mejores intenciones, no solo no pudo evitar que el Congreso de los Estados Unidos incremente las sanciones a Rusia, sino que además perdió la capacidad para cancelarlas sin recurrir a ambas cámaras, donde su partido no tiene mayoría.
El resultado:
Si bien la intervención rusa fue breve, los resultados en el campo de batalla fueron contundentes, efectivamente revirtiendo lo que parecía una derrota seguro del gobierno de Al-Assad. Quedó demostrado que la tecnología militar rusa está lista para enfrentar cualquier conflicto y que Moscú, a pesar de no ser lo que era hace algunas décadas, retiene la capacidad de hacer valer sus intereses en el plano internacional. La imagen de Rusia como potencia creció, incluso a niveles sobredimensionados si se tiene en cuenta lo reducido de su economía.
La base naval de Tartús sigue en manos rusas y su influencia a las rutas navales que cruzan el canal de Suez sigue intacto.
Sin embargo, el principal objetivo del Kremlin no parece siquiera cercano a realizarse. No solo las sanciones económicas estadounidenses no fueron depuestas, sino que el accionar de la aviación rusa en Siria, parece haber empujado a los legisladores en Washington a incrementarlas.
Con el tiempo se verá si Moscú puede revertir la situación, quizás apelando a las divisiones internas del bloque euro, donde algunos países ven las sanciones al gas ruso como una maniobra estadounidense para venderles el suyo, mucho más caro. Hace falta tan solo el voto de un país para que la Unión Europea no renueve las sanciones, aunque por el momento no parece posible. De hecho, este mismo año Bruselas anunció un nuevo paquete de medidas acordes con las intenciones estadounidenses.
Por eso, al menos por ahora, la intervención de Moscú en Siria puede considerarse un fracaso en relación a su objetivo principal: liberar a Rusia de las sanciones que oprimen su economía y alejar a las potencias del Oeste de su zona de control.
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